Thursday, November 02, 2006

El día en que todo ocurrió

Se había levantado tarde y abúlica, y se había puesto a estudiar sin ganas.

Al mediodía, había comido unos fideos con queso porque estaba sola y no quería cocinar.

A la tarde, había ido a la facultad a devolver unos libros y a buscar otros, y luego de allí había ido directamente al centro. Había un festival de cine en la ciudad, y la comedia sobre niños judíos que vio junto a sus dos amigas y a otro montón de gente entusiasmada sería la primera película que viera en el marco de dicho evento.

Terminó cuando ya casi era de noche, y quedaron para salir más tarde. Era jueves, pero estaba todo bien, ya hacía rato que las clases de los viernes no importaban.

Las amigas se habían quedado en el centro charlando con gente y mirando vidrieras, pero ella había preferido volverse a su casa. Tal vez no debería salir. Hacía un tiempo que no la pasaba bien cuando salía. El entusiasmo se había perdido ante la certeza casi absoluta de que todo era más de lo mismo.

No quería salir, y sin embargo fue a bañarse. Se vistió sin ganas, un pantalón cualquiera y una camperita negra. Zapatillas.

Luego de varias llamadas y mensajes de texto, decidieron encontrarse las tres en el centro y comer algo. Así lo hicieron. Se sentaron en un bar, pidieron pizza, papas fritas y una limonada. Charlaron. Rieron. Comieron. Salieron del lugar como a las doce y se fueron al departamento de un conocido, donde se reunía la gente. Como no era lejos, decidieron caminar. Ella comenzó a angustiarse. No quería ver a nadie. De hecho, descubrió que quería irse a su casa. Pero no lo hizo.

Llegaron y tocaron el timbre. Una chica conocida cuyo nombre ella sin embargo no recordaba fue a abrirles. Recorrieron un pasillo y llegaron a un pequeño departamento. Desde antes de abrir la puerta se escuchaban voces fuertes. Demasiado fuertes. Adentro, diez personas. Tal vez doce. Fumaban, bebían. Escuchaban música en un viejo tocadiscos. Las paredes del lugar eran blancas y carecían de decoración. Ella saludó a todos en general, sin detenerse en cada uno. No los miró. Se sentó en un rincón sintiéndose increíblemente angustiada, harta de la misma ciudad, la misma gente, las mismas conversaciones. Alguien le dijo que estaba linda. Sonrió sin ganas. Entró al baño y cerró la puerta, con la esperanza de que las voces no le llegaran tan claras. El espejo era muy pequeño y estaba roto. Quería irse de ese lugar. Ya.
Salió del baño, cruzó el living lleno de gente, finalmente abrió la puerta del departamento y salió al pasillo. Lo recorrió y llegó a un patio donde había unos bancos como de plaza. Se sentó en uno de ellos y decidió esperar allí a que los demás salieran. Encendió un cigarrillo. Debería haberme quedado estudiando.

Alguien le había dicho que cuando uno sale, por lo menos le puede pasar algo. ¿Pero que? ¿Qué podría pasarle? Hacía tiempo que la gente le irritaba, que no quería conversar, que no le gustaba ni le interesaba nadie.

Al fin, los demás empezaron a salir, hasta que el dueño apagó la luz y cerró la puerta.
Sus amigas se le acercaron. Venían con otro chico flaco conocido. Salieron del edificio y se separaron para irse en distintos autos. Ellos tomaron un taxi. Alguien dijo la dirección del lugar a donde iban. Llegaron al cabo de diez minutos de viaje. Las chicas reían y hablaban en francés. Ella no sabía francés y solía enojarse cuando sus amigas hacían eso. Pero nunca lo había dicho. Miró la hora en su celular. La una y media. Bueno, a las cuatro termina. Son dos horas y media. Y no salgo más. Juro que no salgo más.

El dueño del boliche los esperaba en la puerta y los hizo pasar gratis, como siempre. Como todos los jueves desde hacía seis meses. Entraron junto con otro montón de gente que había pagado. La música electrónica de siempre sonaba fuerte. En la pista más grande muchas chicas con tacos y chicos con camisas nuevas bailaban. Ella recorrió el ancho pasillo que llevaba hasta la barra. Sus amigas estaban allí. En el camino, se encontraron. Como lo había visto muy pocas veces, siempre se olvidaba de su cara y la recordaba cuando volvía a verlo. El era, probablemente y por un millón de razones, la persona que menos esperaba ver en ese lugar a esa hora.
La detuvo agarrándola por el antebrazo.
_Hola, no? _ Le dijo.
Ella sonrió con ganas y probablemente se le iluminó el rostro por un instante, sin que casi nadie lo note.
_Hola. _Le respondió. _Que bueno verte.

2 comments:

yo said...

me gustó el patio con los bancos.
yo me siento.

joAco said...

bueno, señora...
usted sabe.

ya se lo diej por otrous medious