Saturday, May 10, 2008

Contemporáneas

El texto tiene nueve páginas y está reproducido y posado, casi flotando, encima de cada uno de los veinte bancos. Llama particularmente la atención una de estas versiones, más detallista y prolija que el resto. Cuenta con múltiples marcas, subtítulos con rosa, ideas centrales con amarillo, fechas con naranja, nombres con verde. También le realizaron breves anotaciones con portaminas.
El autor, de apellido Wood, es norteamericano o inglés, y eso quiere decir que cada frase será corta y concisa, y que cada párrafo tendrá una admirable cohesión interna, además de hilarse perfectamente con el anterior y el siguiente. Ana y Elena, que leyeron el texto más de una vez, saben eso. Ambas estudiaron inglés y aprobaron el examen internacional, pero sus conocimientos solo fueron aplicados a lecturas de placer y conversaciones breves con estudiantes extranjeros, porque aún no conocen Europa.
Los personajes son, por lo tanto, tres: Elena, Ana y el texto, aunque también se podría incluir a su autor. Pero simplifiquemos.
Elena y Ana se miran, cada una desde su posición, cada una cumpliendo su rol. Presienten, aunque no saben, ciertas cosas que las unen. Algunas son extremadamente banales, como que calzan treinta y seis y tienen puesto un tapadito gris, otras no tanto, como que les gusta el frío, evitan las frituras y lloran con Perdidos en Tokyo. Otras más, finalmente, son difíciles de clasificar. Por ejemplo, desde niñas les llenaron la cabeza de ciertas ideas como "tenés que ser abogada" o "tenés que irte de acá". En alguna parte de sus personas, ellas están de acuerdo. También son bastante lindas, "qué ojos", "ese cabello hijita". Su belleza y su inteligencia fueron motivos para que los hombres las eligieran. Pero como no son excepcionales, también las dejaron a veces, por feas o por tontas. Tratándose de ellas, todo depende del cristal con el que se las mire.
Elena y Ana viven en contradicción, exhaustas, haciendo todo más o menos bien, repartiendo el tiempo y la cabeza, confundidas, tensionadas, tironeadas a diestra y siniestra. Ambas permanecen en la cuerda floja, espléndidas y pobres, doloridas y geniales, opacas y lustrosas. Cometieron errores, fueron demasiado condescendientes, demasiado fáciles con alguien, demasiado duras a veces. Hicieron tonterías e hicieron las cosas bien. Elena y Ana son, por lo tanto, un poco parecidas, y lo presentien. Pero en este momento cada una actúa de acuerdo a su rol, y ese rol es definido justamente por el tercer actor: el texto. Es Ana quien debe hablar, y lo hace, perfectamente. Su tono de voz, la cadencia, la claridad y completitud absoluta de las ideas que expresa, todo está muy bien. Pero no es suficiente. Para Elena eso no es suficiente. Sin embargo, sádica, perversa como un dentista, la deja terminar. A continuación, la mira y con una sonrisa le hace unas suaves preguntas retóricas para confundirla, ¿cuál es el eje? ¿cuál es la hipótesis? ¿cual es la idea fundamental?. Después de todo es su clase, es su momento, y puede hacer lo que quiera. Ana, que se ha convertido para todos en la tonta y la pobre Ana, contesta como puede, mal, cada vez más tonta y más pobre. Alguien comenta algo y se pasa a otra cosa.
Elena mira a Ana y sabe que le hizo un bien. A ella le pasaba lo mismo, complicaba lo simple, le costaba encontrar una síntesis, le resultaba difícil lograr un punto de vista, y le molestaba muchísimo que le marquen los errores. Aprendió, con la experiencia, ahora sabe hacerlo. Le concede unas últimas palabras, que suenan como unos centavos cayendo en el sombrero del ciego que toca la flauta: sos muy inteligente, Ana, pronto vas a superar esto.
Ana, mientras tanto, mira a esa otra mujer que es Elena. Se siente humillada y mínima, sobre todo con esas migajas de la inteligencia. ¿Quien es ella para opinar? Apenas me dio unas clases. Quiere pedir permiso y retirarse, o fingir que no le importa y ponerse a tomar apuntes como los demás, pero está inmovilizada, mirando a su profesora. Finalmente la clase termina y Ana consigue un baño sucio donde llorar. Llora de la humillación, la rabia y los nervios, pero sabe que sobre todo llora por la desesperación que le causa la idea de tener que esperar, todavía un tiempo más, para poder ser lo que después de todo quiere ser, otra docta poderosa y temible, otra verdadera hija de puta.