"I was looking for a job and then I found the job, and heaven knows I'm miserable now..."
Morrissey, 1984
Ayer, casi sin quererlo, tuve mi primer entrevista de trabajo. Necesitaban una persona para el local del nuevo shopping de una tienda de ropa deportiva. Yo esperaba un trabajo de escasa responsabilidad, sin contratos muy serios y sin un sueldo muy abultado, por supuesto.
Fui, me entrevistaron y una cosa llevó a la otra. Me preguntaron si sabía manejar una caja registradora y dije la verdad: sí. Fue entonces que todo se desvirtuó, por no decir que se fue al carajo. Me ofrecieron un puesto de cajera, en blanco, en el local del centro y durante ocho horas diarias: de 9 a 13 y de 17 a 21. El sueldo era de 1200 pesos mensuales. Tendría obra social y aportes jubilatorios. Me dijeron que lo pensara, y que, "cualquier cosa", me llamaban hoy.
Yo, que sabía que me iban a llamar, estuve meditándolo. Nunca me habían ofrecido algo así, en esta ciudad no existe ese tipo de sueldo y podría ahorrar bastante dinero. Probá, me dije, y cualquier cosa renunciás. Pero fue entonces que me acordé de la cantidad de chicas que pasaron por mi negocio, en condiciones similares, jurando y perjurando que sí, que pueden, que quieren, que no tienen problema de vivir encerradas en un local, y que renuncian veinte días o un mes más tarde. No quería ser una de ellas.
Después pensé, trabajá tres meses, hasta diciembre, y te vas dos meses de vacaciones a Uruguay o a cualquier parte. Pero casi me pongo a llorar pensando en los exámenes, en las Interescuelas, en los libros que quiero y que debo leer, en las cosas que quiero escribir, y básicamente en todo lo que deseo para mi vida y en cómo un trabajo tan serio y normal me alejaría cada vez más de todo ello. Es mucha plata, es demasiada plata. Y la cuestión es que, siendo totalmente honesta, en este momento, en este lugar, en estas circunstancias, no la necesito. Tengo mis ahorros, mi casa, mis padres, mi obra social. Tengo cosas que hacer, que pensar, que establecer. Quiero una rutina mínima para mi vida, no una vida rutinaria. Bueno, quien sabe, quizás no me llaman, pensé finalmente.
Pero me llamaron, claro, hoy al mediodía. No actué bien. Tartamudeé, me contradije, y terminé rechazándolo. Después de hacerlo, obviamente, me sentí mal y estúpida. Nadie hace semejante cosa. Pero necesito ver mi realidad, y por miles de cuestiones, entiendo por qué lo hice. No quiero ser una chica que se levanta, se va a trabajar y se duerme. Sigo buscando trabajo, obvio, algo de medio día, de 500 pesos, de pocas horas, de fin de semana. Algo que me permita estar pero no estar del todo.
Fue una caída. Fue como si apareciera el príncipe azul y te dijera: te propongo matrimonio, pero es matrimonio o nada. Y lo que querés no es casarte, sino tan solo salir a cenar y, quizás, darte unos besos.