Tuesday, May 22, 2007

300 millones de años después de su estreno...

Vimos Marie Antoniette.


No voy a escribir una crítica porque no puedo y porque no quiero y porque ya hay demasiadas y no. Mucho se ha dicho acerca de esta película: que es frívola, que es tonta, que es vacía. Que el talento no se hereda (?), que cualquiera puede filmar buenas escenas teniendo como escenario a Versailles (??), que la película termina y uno no pudo conocer "en profundidad" a ninguno de los personajes y mucho menos, a la historia de la gestación de la Revolución Francesa (???). Y si bien lo que voy a decir no es tampoco nada nuevo, me parece que el problema está en otra parte.


Cuando uno se dispone a escribir una tesis, el primer punto son los objetivos. Qué se quiere hacer? Hay que tenerlo claro, plantearlo y no terminar haciendo otra cosa. Criticar a Marie Antoinette por ser "tan solo" una película bonita que no relata la historia de la realeza de esta época ni cuenta con mayores mensajes o moralejas, (para aquellos obsesionados con la pedagogía o el papel "social" que las artes y las ciencias supuestamente deberían tener) es como criticar a Chartier, historiador de la cultura, por no hacer buenos estudios económicos de los períodos sobre los que escribe. Toda obra es, obviamente, incompleta. No podría ser de otro modo. La pregunta que hay que hacerse, independientemente de que uno esté o no dispuesto y guste o no de los resultados, es: qué quiso hacer esta persona? Y luego, lo logró?


La respuesta, en el caso de la película que la propia S. C. definió como "el fin de la trilogía sobre chicas confundidas", es, en mi opinión, sí.

Cambiemos por un momento a la Reina de Francia por la jefa de un grupo de cheer-leaders. Cambiemos a la corte por las demás porristas, a Felipe Augusto por el looser que no sabe como actuar frente a una chica, al champagne y al baile de máscaras por la marihuana y las fiestas, al conde Forden por el buen mozo mariscal de campo y al Palacio de Versailles por un colegio caro de Boston. Todo podría perfectamente transcurrir allí. La directora prefiere, en cambio, meterse con este contexto y con este personaje, reivindicándolo como lo que era: una adolescente. Ese es el punto. Estamos frente a una historia de adolescencia. No es mala por ser así. Si usted quiere otra cosa, agarre un libro o mire un buen documental.


S. C. nos da, en cambio, (una vez más), el sueño del pibe. Una sucesión de escenas rosadas, con música perfectamente escogida, diálogos breves, pasteles apetitosos, vestidos perfectos, almohadones blancos y chicas infelices que sufren por amor.


Como en Lost in Translation, la llegada a un lugar desconocido, la sorpresa ante todo lo novedoso, el juego con los elementos que da el espacio, la abulia frente a una rutina de lujos, la falta de pies sobre la tierra y, como en Lost in Translation, un final con una triste despedida.


El resultado, algo precioso.

Precioso! Qué más se puede decir.

Thursday, May 17, 2007

Lea, ríase, indígnese

En mi repentina obsesión de no estar completamente desactualizada cuando vuelva, el domingo revisaba un par de diarios y me cuelgo con esto:
Con A. nos reíamos en el MSN Messenger y no lo podíamos creer.
Pero se trata de un tema serio.
Esta gente se metió con aquello que nos salva diariamente horas ociosas frente a la pantalla y nos sirve para llenar nuestras cabezas de información que no necesitamos para vivir. Esta gente se metió con aquello que me hizo saber que Simone de Beauvoir cumple años el mismo día que yo, que el geek rock es sinónimo de nerd rock y que Santo Tomé y Príncipe NO QUEDA en las Antillas sino en África. Esta gente se metió con Wikipedia y ha llegado demasiado lejos.
Y no sé por qué, pero este tipo de cosas me molestan más que las tropas estadounidenses en Irak. Presten atención al último párrafo, ese que habla del "kangaroo". Ahora imaginen al futuro presidente de Estados Unidos bajando información de esa página para hacer su monografía de biología en la escuela.
"Neutrales son los hechos"????
Háganme el favor.

Tuesday, May 08, 2007

Un descubrimiento

Sobre un fondo sepia, la muchacha rubia, ataviada con un vestido chemise rosa ni carne ni pescado, entra a la habitación. Lleva el pelo suelto y mucho maquillaje. Tiene la cadera bien formada, la cintura fina, las piernas gorditas.
El cuarto no es mucho más grande que un baño o un hall. Adentro, cinco hombres. Uno negro, dos de rasgos indígenas, un viejo con barba, un rubio pecoso. Están sentados en el suelo, cerca de unas cajas de cartón y unos posters abandonados junto a una húmeda pared que se descascara. La miran. Ella los mira. La línea negra de pintura alrededor de los ojos llega casi hasta la sien, en un típico estilo entre sesentista y setentista. Parece consciente de cada uno de los pares de ojos que la observan, casi lujuriosamente. El viejo le hace una seña y ella gira sobre sus talones. En un santiamén se saca el vestido y vuelve a mirarlos. Entonces parece comprender, y se saca el corpiño blanco (un modelo de tasas puntiagudas) y la bombacha (de tela de algodón, sin lycra, con un elástico barato en la cintura). Les sonríe, y ellos contestan con gestos lascivos.
El viejo, definitivamente el líder del grupo, saca de una bolsa de papel una caja envuelta como regalo. Tiene un moño azul.
La chica se agacha y el grupo se reúne a su alrededor. Está claro hacia quien va dirigido el presente. Ella, ayudada por el grupo ansioso, quita el moño, rompe el papel y abre la caja. Sonríe una vez más, ahora ampliamente, y saca el contenido: una bacinilla de loza, vieja y cascada por dentro. Se aleja con el objeto en la mano y, ante la señal del viejo y la mirada alegre de todos, se sienta.
La anterior es la primera escena de la película de 1968 Ritual dos sádicos, de José Mojica Marins, más conocido como Zé do Caixão. Un psiquiatra inyecta LSD en cuatro pacientes para analizar sus reacciones ante diversos estímulos. Es entonces cuando todos empezarán a vivir una experiencia lisérgica altamente ácida (literal y metafóticamente), bizarra y casi agotadora. La genialidad, junto a la misoginia de este director, abandonado por su primera y única novia tras su regreso de la Segunda Guerra Mundial, es puesta de manifiesto en diversas escenas no demasiado conexas, en las que la perversión juega con el humor, la zoofilia, las drogas, la muerte y mucha, mucha pintura roja. Realmente no esperaba descubrir semejante director ni semejantes películas un primero de mayo frío a las siete de la tarde. Los días que siguieron me dediqué a continuar en mi interiorización acerca de este interesante señor de bigote, uñas largas y enorme ego, que ya tiene 70 años.
Lamentablemente, no pude faltar a clase el día en que vino para una entrevista. Pero una fuente de primera mano me dijo que comenzó de la siguiente forma:
_Coca Cola los jóvenes no tienen que tomar. Si no, después llegan a los cuarenta y no se les para.
Saquen sus propias conclusiones. Para mí, todo dicho.