Tuesday, May 08, 2007

Un descubrimiento

Sobre un fondo sepia, la muchacha rubia, ataviada con un vestido chemise rosa ni carne ni pescado, entra a la habitación. Lleva el pelo suelto y mucho maquillaje. Tiene la cadera bien formada, la cintura fina, las piernas gorditas.
El cuarto no es mucho más grande que un baño o un hall. Adentro, cinco hombres. Uno negro, dos de rasgos indígenas, un viejo con barba, un rubio pecoso. Están sentados en el suelo, cerca de unas cajas de cartón y unos posters abandonados junto a una húmeda pared que se descascara. La miran. Ella los mira. La línea negra de pintura alrededor de los ojos llega casi hasta la sien, en un típico estilo entre sesentista y setentista. Parece consciente de cada uno de los pares de ojos que la observan, casi lujuriosamente. El viejo le hace una seña y ella gira sobre sus talones. En un santiamén se saca el vestido y vuelve a mirarlos. Entonces parece comprender, y se saca el corpiño blanco (un modelo de tasas puntiagudas) y la bombacha (de tela de algodón, sin lycra, con un elástico barato en la cintura). Les sonríe, y ellos contestan con gestos lascivos.
El viejo, definitivamente el líder del grupo, saca de una bolsa de papel una caja envuelta como regalo. Tiene un moño azul.
La chica se agacha y el grupo se reúne a su alrededor. Está claro hacia quien va dirigido el presente. Ella, ayudada por el grupo ansioso, quita el moño, rompe el papel y abre la caja. Sonríe una vez más, ahora ampliamente, y saca el contenido: una bacinilla de loza, vieja y cascada por dentro. Se aleja con el objeto en la mano y, ante la señal del viejo y la mirada alegre de todos, se sienta.
La anterior es la primera escena de la película de 1968 Ritual dos sádicos, de José Mojica Marins, más conocido como Zé do Caixão. Un psiquiatra inyecta LSD en cuatro pacientes para analizar sus reacciones ante diversos estímulos. Es entonces cuando todos empezarán a vivir una experiencia lisérgica altamente ácida (literal y metafóticamente), bizarra y casi agotadora. La genialidad, junto a la misoginia de este director, abandonado por su primera y única novia tras su regreso de la Segunda Guerra Mundial, es puesta de manifiesto en diversas escenas no demasiado conexas, en las que la perversión juega con el humor, la zoofilia, las drogas, la muerte y mucha, mucha pintura roja. Realmente no esperaba descubrir semejante director ni semejantes películas un primero de mayo frío a las siete de la tarde. Los días que siguieron me dediqué a continuar en mi interiorización acerca de este interesante señor de bigote, uñas largas y enorme ego, que ya tiene 70 años.
Lamentablemente, no pude faltar a clase el día en que vino para una entrevista. Pero una fuente de primera mano me dijo que comenzó de la siguiente forma:
_Coca Cola los jóvenes no tienen que tomar. Si no, después llegan a los cuarenta y no se les para.
Saquen sus propias conclusiones. Para mí, todo dicho.

4 comments:

joAco said...

No más coca pues.

Voy a buscarlo, y bajarlo. Es bueno nutrirse culturalmente de tus intercambios.

Anonymous said...

Enhorabuena por reaparecer! el bonus no era suficiente.
En tren de confesiones, dejé la coca hace un año, a los 39...¿habrá sido a tiempo?
Y en cuanto al sr director lisérgico, espero ansioso las pelis que te vas a bajar o conseguir para que las disfrutemos los pobres mortales tucumanos.

theremin said...

La coca es demasiado rica!!!
(descubrí que también la coca zero es rica).

Joaco posta que te lo tenés que bajar vos que haces peliculas.

Y, chico fotógrafo, si dejaste la coca a los 39, bueno, tal vez tengas consecuencias dentro de diez años...

lombriza said...

Que feliz, voy a ver de conseguirla!!

creo que nunca voy a dejar la coca.