Tuesday, January 02, 2007

Nuevo intento (por el año nuevo, vio)

Dado el escaso éxito de mi pésimamente escrito último post, trataré de escribir uno un poco mejor y más interesante. Disculpen la baja calidad del último, pero realmente necesitaba desahogarme. A veces siento que si no hiciera catarsis todo el tiempo ya habría muerto.
Y lo que se me ocurrió hacer hoy, dado que estoy en una ciudad en la que todo cuesta casi el doble que en el resto del país y en cuyas calles se escuchan toda clase de idiomas, es un pequeño e incompleto análisis de algunos de los personajes que uno puede encontrar aquí, tanto locales como visitantes.
Sé que la clasificación en categorías de personas es archi utilizada en los blogs, pero la verdad es que siento que tengo que hacer esto.
El Vendedor Soberbio: el vendedor soberbio tenía, allá por el 2000, una humilde zapatería de calzado sobrio y de buena calidad. Trabajaba junto con su señora de lunes a sábado, mandaba a los chicos a un buen colegio y se iba de vacaciones en carpa a San Martín de los Andes en marzo, porque en enero y febrero había que trabajar. Cinco años después, debido en parte a la genialidad del Secretario de Turismo Daniel Scioli, pero mucho más al cuatro a uno, las cosas mejoraron para este buen hombre. Demasiado. Más de lo que merecía. Actualmente, tiene cuatro locales, solo vende Ricky Sankany, solo acepta dólares y solo abre de lunes a viernes, de diez de la mañana a una de la tarde. No saluda a sus antiguos amigos, excepto para contarles del nuevo Audi que se compró o de sus últimas vacaciones en el Caribe. En cuanto a sus hijos, que ya terminaron el colegio, éstos se convirtieron en desagradables jovencitos que esquían, recorren boliches y estudian publicidad en la Universidad de Palermo.
El Vendedor Desesperado: este pobre hombre es generalmente un divorciado porteño que, después de haber vendido su casa y un kiosco que tenía en Berazategui, aterrizó en Bariloche con cincuenta mil pesos y dos hijos que mantener. Rápidamente decidió ponerse una tienda de ropa de cuero (no objetos sadomasoquistas, sino chaquetas, botas, cinturones, camperas y chalecos marrones). Como ninguno de los objetos que vende cuesta menos de cien pesos, pensó que, dada la cantidad de turistas ricos, las cosas marcharían sobre ruedas. Sin embargo, las cosas no son tan fáciles: dada la presión fiscal de los empleados, los doce mil pesos que tiene que pagar de alquiler cada mes, y la abundantísima existencia de turistas pobres, el vendedor desesperado hace las peripecias más enormes para aumentar sus ventas: desde tener el local abierto de siete de la mañana a doce de la noche, hasta terminar puteando un cliente que entro a ver un triste cinto, tras intentar venderle, por todos los medios, una campera motoquera de setecientos pesos.
El Turista Paranoico: el turista paranoico generalmente tiene dinero, y quiere seguir teniéndolo.
Como todos se dan cuenta de que es rico, este señor tiene terror constantemente de que le cobren más caro que al resto de los mortales, lo hagan dar vueltas tremendas cuando se sube a los taxis, le roben su cámara digital japonesa o su i-pod lleno de basura. Como casi siempre es un ejecutivo que vive "muy estresado", está al mismo tiempo absolutamente obsesionado con relajarse y pasarla bien, pero justamente por eso, jamás lo consigue.
El Turista Pobre: no es por desmerecer a nadie, pero probablemente el turista pobre la hubiera pasado mejor si pagaba una pileta para él y su familia y se quedaba en su ciudad de origen. Además de hacer pasar terribles horas a su familia por traerlos a los seis en el Ford T desde San Luis, los hace pasar muchísima verguenza porque siempre terminan parando en la casa del amigo del amigo de un pariente "para no gastar", molestando a la pobre gente que solo quiere seguir con su vida tranquila. Cuando no comen pan con picadillo y por fin deciden ir a un restaurante, piden una muzzarela grande (su raquítica esposa lo pudo convencer de que con una chica no alcanzaba) y una coca de un litro, y cuando el chiquito llora por postre sus padres lo callan con patadas por debajo de la mesa, mientras sonríen cínicamente al mozo diciéndole "pobrecito, tiene dolor de panza".

3 comments:

joAco said...

no te voy a felicitar por este herrrrrmoso texto lleno de odio.

te voy a instar a que sigás

bartolomé rivarola said...

Faltaría la definición de los habitantes de los lugares turísticos. ¿Cómo quedan tras padecer a todos los tipos que describiste?

Hernan said...

las ciudades turísticas son cánceres de la geografía