Monday, January 19, 2009

Pentimento

Federico Pinedo Claure era el típico hijo único de dos abogados de origen caucásico, rubio, alto, educado y sin personalidad. Cuando teníamos catorce años, me gustaba porque era lindo y silencioso, porque fumaba y porque siempre le prestaban el auto para que me busque por mi casa para tomar helados o para ir a la orilla del lago a pretender que queríamos tener sexo, aunque después de unos cuantos besos (en la boca, en el resto de la cara, en el cuello) por alguna razón ambos perdíamos el impulso y nos poníamos a hablar de la escuela y de nuestro futuro. Federico pertenecía a un grupo de personas con una falta terrible, a la que pocas veces se le da importancia: no sabía qué le gustaba. Mientras yo deliraba -era claro que deliraba- con la idea de leer muchas cosas difíciles y hablar muchos idiomas y parecer muy inteligente delante de mucha gente importante, a él le daba lo mismo ser abogado que ponerse una verdulería, atender un negocio cualquiera o hacerse instructor de esquí, motivo por el cual terminado el colegio sus padres lo mandaron a la Universidad de El Salvador para que estudie derecho. Para ese entonces nosotros ya hacía mucho tiempo que no éramos novios y yo ya no fumaba ni tomaba helado. La verdad es que no me acuerdo por qué nos separamos. Es más, creo que ni siquiera tuvimos the break up conversation. Según recuerdo, la cosa simplemente se diluyó, dejamos de saludarnos con piquito en el colegio, dejamos de llamarnos, dejó de buscarme para ir a la orilla del lago. Algo dejó de tener sentido, pero nadie engañó, nadie sufrió, nadie dejó.

Pasa el tiempo, me mudo, hago lo que puedo para intentar acercarme un poco a aquello con lo que solía delirar a los catorce, mejoro en algunos sentidos y empeoro en otros pero, en conjunto, me empiezo a sentir segura, cada vez más segura en más lugares y con más tipos de personas.

Nueve años después estoy en Buenos Aires con motivo de un recital que ocurre un martes o miércoles, pero tengo plata y nada más que hacer y decido quedarme unos días. El jueves me encuentro con un par de esos semi-amigos porteños del chat y nos vamos a un pequeño concierto de Victoria Mil en un teatrito donde hace muchísimo calor y no venden nada para tomar. Nadie que no sea yo se queja. Parece que es normal. La gente se re tunea para ir ahí, llega, se sienta, ve la banda y se va. Terminado el show, bastante bueno de hecho, espero a que los locales tomen una decisión, ir a algún otro lado a emborracharse o meterse en niceto club por ejemplo, pero la cosa no se define. Pienso entonces en las fiestas que suelen armarse enseguida acá, en este pueblo húmedo y desagradable incrustado casi por fuerza en medio de la selva. Las extraño.
Después de cuarenta minutos en la puerta, que dedico a fumar un poco e intentar conversar, (aunque en realidad estoy absorta mirando los bigotes gigantescos de todos esos jóvenes que acaban de salir y las melenitas platinadas de chicas a las que en algún momento dejaré de intentar parecerme), no pasa nada. Caminamos hasta la esquina y nos despedimos hasta el día siguiente. Ya sola, cruzo una avenida anónima y, siguiendo la indicación de mis semi-amigos porteños del chat, espero el 86 en la parada. No sé en qué momento se hicieron las dos de la mañana. El colectivo llega enseguida, viene casi vacío y a una velocidad que me da pánico. Subo y dedico un par de incómodos minutos a colocar las monedas en una máquina que no consigo entender. Camino casi hasta el fondo y me desplomo en un asiento cualquiera. Enseguida lo reconozco por el lunar, pero me hago la boluda y miro insistentemente por la ventana ya que, además, tengo miedo de bajarme en el lugar incorrecto. El momento, de todos modos, llega rápido, Federico Pinedo Claure dice mi nombre y tengo que dar vuelta la cabeza y hacerme la sorprendida. El ya se está levantando y sentándose en el asiento que está libre a mi lado. Me da un beso en la mejilla y siento miedo. ¿Se dará cuenta de que tengo el pelo arruinado y peso como diez kilos más? Pero como me está hablando con naturalidad de cuánto hace que no nos vemos, me relajo un poquito, dejo de pensar en mí y en la mala impresión que podría causarle, entonces puedo mirarlo. Desaliñado, diría mi abuela; un roñoso, diría mi madre; jipi, digo yo,y con la peor de las connotaciones. Varios aros, un vaquero roto en las rodillas. Pelo largo.
_¿Y vos como andas? Me dijeron que estudias historia.
_Si, si, estudio historia. _Contesto aunque estoy tratando de acordarme quien es el personaje que está pintado de blanco sobre su remera negra.
_Yo también estudié historia. Ya me recibí. _Dice con ese cierto orgullo de quienes ya no son estudiantes y esta vez no tengo que fingir mi sorpresa.
_Qué bien, pero, ¿no estudiabas abogacía, en una privada?
_Nah, al final llegué acá, conocí gente grosísima y ahi nomás mandé a la mierda a mis viejos y decidí inscribirme en la UBA. Y la verdad que fue lo mejor que pude hacer en mi vida. Conocer la historia te permite construir un mejor presente, ¿no?
_Claro.
_Ahora vengo de una reunión con la agrupación, viste, estamos organizando campañas de alfabetización en las villas y en otros sectores del conurbano.
_Ajá, qué bueno. _Es el Subcomandante Marcos.
_Y sí, el año pasado hicimos una campaña de documentación y documentamos a más de mil pibes, viste, y les enseñamos por qué tienen que tener el deneí, cuando tienen que votar, a ver, qué valor tienen como ciudadanos, viste.
_Claro, de una.
_¿Y vos que andas haciendo acá?
_Vine a un recital, de Morrissey. ¿Conocés?
_Nah, ni idea. ¿Y te viniste desde allá solo para eso?
_Si, si, básicamente para eso.
_¿Estás laburando?
_No, todavía no.
_Qué suerte, boluda, yo no tengo tiempo para nada. Entre que laburo en dos escuelas y toda la actividad de la agrupación, no salgo a ningun lado, encima nunca tengo un mango. _Se rie. Hay algo de confianza así que le pregunto.
_¿Pero y tus viejos...?
_Nah, ni hablar, yo hace tiempo ya que me banco solo. Estuve en una pensión un par de años, fue medio bajón, pero ahora estoy con unos amigos en Almagro, departamentito, todo liso.
_Copado.
_Si, a full, la verdad que estoy más cómodo.
_Claro. Che, ¿esta que viene es la plaza Congreso?
_Sí, acá es Congreso.
_Me bajo acá.
_Uh, bajón, che, pero que copado haberte visto. Estás linda, estan buenos los anteojos. Lástima que mucho no pudimos hablar de historia no?
Sonrío mientras me levanto. Él también tiene que hacerlo para dejarme salir.
_Y bueh, otra vez será.
_Cuando quieras. Che, decime solamente una cosa, ¿quién es tu personaje preferido de la historia?
La pregunta es tan ridícula que no puedo contestarla. Trato de pensar en alguien que me guste y que no lo vaya a horrorizar.
_Bismarck.
Lanza una carcajada.
_Yo estoy entre Lenin y Allende. Está bueno hablar con alguien más de tu vocación, viste.
_Si, está bueno. Nos estamos viendo, Fede.
_De una, nos vemos.
Toco el timbre justo a tiempo para no seguir de largo. Bajo, cruzo otra avenida anónima y camino por la plaza. No teníamos nada que ver. Federico Pinedo Claure había pasado de un grupo de gente desagradable a otro grupo de gente tambien desagradable. Ese derroche de corrección política, ese estilo naif de ver el mundo, de creer que vas a cambiar la realidad sentándote a hablar hasta las tres de la mañana con tu agrupación o que vas a mejorar el futuro conociendo el pasado siempre me había parecido un poco patético, una estupidez. Pero que todas esas ideas inocentes, que todo ese impulso y esas ganas de hacer algo por otras personas vinieran de él, de algún modo me pareció lindo, y no solo lindo, sino respetable, casi ejemplar. Me suena el celular, lo abro y hay un mensaje de uno de mis semi-amigos porteños del chat. "Tamos en niceto, mandate", dice. Me detengo, casi llegando al final de la plaza, y por un momento dudo. Soy una pelotuda malcriada y parásita que no sabe qué le gusta, que no se recibe y que no hace nada más que leer novelitas, emborracharse y mirar sit coms todo el día; pienso, y no hay error alguno.
No contesto el mensaje y me vuelvo al hostel. Igual, ya íbamos a salir mañana.